sexta-feira, 14 de setembro de 2007
Lazos a prueba de crisis
El recuerdo en cuanto movimiento ondulante, ese ejercicio propio de quien retoma un episodio vital para compartirlo, es el motor de O segundo tempo [El segundo tiempo (*)], de Michel Laub. Es de ese vaivén que el autor extrae la fuerza de su más reciente novela. El pulso de la historia circula en torno al 12 de febrero de 1989, día del Gre-Nal del Siglo, una partida de fútbol que debe su nombre al encuentro de los equipos Internacional y Grêmio. La cita ocurre en el estadio de Beira-Rio en Porto Alegre, después de dos años de victoria continua del Grêmio. ¿Qué lleva a un individuo a fijar un momento en la memoria? ¿Qué lo lleva a recordar para luego contar?
La escritura se inicia con una idea apocalíptica: “Hoy el fútbol está muerto, y dudo que alguien aún llore por él” (p. 11). En un país como Brasil, donde el deporte es digerido y alimentado popularmente como un rito (entendido el rito desde el punto de vista ceremonial como algo que se repite, que sigue un patrón), es poco probable que el fútbol muera. ¿Para quién sucumbe entonces? ¿Quién [o qué] se desplomó a los 15 años con la idea del “fútbol moribundo”? Un narrador adulto que siempre aparece sin nombre hilvana la historia. Es para él -un periodista que suscribe guiones educativos con seudónimo, hoy con 31 años- que el fútbol no existe más.
En el ensayo Escritura y secreto, la escritora argentina Luisa Valenzuela dice que “el olvido se presta para que los recuerdos demasiado repetidos y obvios retornen desde otra parte, elaborados” (2003: 60). Se acostumbra escuchar que esos “retornos elaborados” son psicológicamente saludables. Es posible que procesar los recuerdos ayude a encarar los miedos. Teniendo esto en mente -continúa la novelista- la distracción y la desmemoria abren lugar para la sorpresa, la asociación inesperada, el descubrimiento. Al recordar, el narrador de O segundo tempo mastica, rumia, revisita la sinuosidad de un pasado adolescente. Reflexiona y da una nueva lectura a la circunstancia que lo llevó a cruzar el puente hacia el mundo adulto.
El fútbol es la excusa de O segundo tempo. El tema, sin embargo, desborda el perímetro de la cancha y se afirma en la “fraternidad a prueba de crisis familiares" y no en las representaciones rivales [Caín y Abel] o incestuosas [Ana y André en Lavoura Arcaica, de Raduan Nassar] que rebosan las ficciones sobre hermanos. Sobrepasando la camaradería, esta novela deja traslucir la discusión sobre el nivel de compromiso, la capacidad de entrega, la opción por el más débil, las uniones decisivas y la consecuencia [ni tan aleatoria] de una elección.
La historia se construye sobre la base de una familia tradicional: un papá, una mamá, un hermano mayor y uno menor. Más adelante aparece la figura [femenina] que detona las rupturas. El entorno financiero que bordea la familia lleva a pensar una estructura mayor, también fracturada. Familia fracturada… ¿país fracturado? La idea del país fracturado es más notoria después de reparar en el entorno que provoca la quiebra de la empresa familiar [un mini-mercado y ocasiona la mudanza del grupo [de una casa a un apartamento pequeño]; en la venta o donación de la mayoría de los muebles, y en el despido inaplazable de la empleada de servicio.
El padre de los chicos [vendedor de pólizas ya en el 89, luego de la bancarrota del negocio propio] renuncia a la aseguradora y se marcha de casa ese 12 de febrero. Puertas afuera la ciudad hierve, todos han tendido sus sentidos al sol del Juego del Siglo. Hay embotellamientos en los túneles. El viaducto de la avenida Duque de Caxias continúa lleno de tiendas de cuero y revistas usadas. La Brigada Militar [a caballo] busca controlar el tráfico cercano al estadio. La Avenida Lima e Silva despide melancolía... la Venâncio Aires… la Olavo Bilac… la José do Patrocínio. Puertas adentro [y antes de que el mundo privado se desmorone] reina la discordia.
Acostumbrado a levantarse de madrugada, “el padre” llega abatido de las jornadas de trabajo. Sigue una rutina desgastada y sin salida: entrar a la casa, hablar en términos mecánicos (talleres, filtros, aceleradores) y sentarse a comer. El lector se encuentra frente a un señor de 50 años que creció en el interior de Brasil, desciende de una familia portuguesa, tuvo una formación rígida y soñó con ser dueño de una estación de gasolina. Se llama Marcos, pero sólo se sabrá al final. En esta historia los nombres casi no importan. Es como si la elección de cada adulto pesara mil veces más que el autor de la decisión. O como si ningún nombre pudiese aguantar tanto entuerto sobre los hombros.
A ella, a “la madre”, se le ve aguardando en la sala. Son horas y horas. Toma medicamentos a diestra y siniestra, asiste a terapia. Ya vivió colapsos que le impidieron salir de la cama. Llegó a ser el tipo de ama de casa que recibe al marido con el horno encendido y el plato en la mesa. Sus dedos están repletos de surcos por causa del detergente. Nunca discute, mucho menos explica, las causas del trastorno que la lleva a divisar el fin de la propia vida.
Versado en el fútbol de mesa y las historietas, el narrador [con 15 años] le traduce al hermano pequeño una parte del desequilibrio familiar. Sólo una parte porque la totalidad es casi inexplicable: reacciones del padre, cansancios, cobardías e inercias, discusiones, letargias, impulsos y chantajes, excusas y explicaciones omitidas. Pocas veces salió de Porto Alegre. De él se espera no más que una pobre escolaridad y un buen comportamiento: “Si quieres saber lo que yo hacía a los 15 años” -dice el chico- “si había una muchacha por la que me interesase, alguien a quien te dedicas sin exigir nada a cambio, que tienes miedo de perder no por motivos egoístas sino porque es una presencia que basta, que te impide pensar en lo que fue o puede haber sido, es ésta la respuesta que tengo para dar: yo frente al televisor, también mirando a Marcos Vinicius, aún la sombra del tiempo en que esperaba la semana entera para ir al estadio con papá” (LAUB: 2006, 52).
Finalmente está Bruno, sujeto de la discusión y único nombre que tiene completa relevancia desde el vamos. Con 11 años, Bruno es el pequeño de casa. El hermano que se debe proteger y que al mismo tiempo se inspira en el mayor vigilando sus preferencias. Cursa el 5° grado y se muestra interesado -desde siempre- en el fútbol.
Agua pasada, agua pisada
Si bien O segundo tempo conecta con frecuencia el campo y los afectos (tejido de delicadeza extraordinaria), una metáfora da forma a lo que el quinceañero comienza a sentir. Nilson, jugador del Inter (equipo que decide la partida) entra a la cancha con una rodilla lesionada. La banda está en la rodilla derecha pero la lesión está en la izquierda: “Nunca hablé de Nilson con nadie. De hecho, nunca hablé mucho sobre los errores del Gre-Nal del Siglo, sobre cómo ellos pueden haber influenciado los rumbos de aquel domingo, porque en general los cambios no son identificados apenas en un momento. Es un proceso(…) que comienza mucho antes y termina mucho después (**)” (LAUB: 2006, 25).
La razón por la que Marcos abandona a su familia tiene nombre y es delgada. Se llama Juliana. Es más joven que “la madre”. Se desempeña como funcionaria de un banco y fue trasladada de Porto Alegre a Goiânia en 1989. El instante en que Juliana, Marcos y el hijo de 15 años se conocen, en un mercado, es definitivo para comprender que ningún cambio sucede por arte de [estricta] magia. La confianza entre “el padre” y Juliana, a escondidas de la madre, despierta en el chico las nociones de familiaridad, de tiempo y de sospecha: “La conciencia emerge como espanto, después perplejidad, después un incomodo que se transforma en un impulso sin regreso, entonces por la primera vez decido hacer las cosas a mi manera” (p. 73).
Puede que sea ésta la acepción de “segundo tiempo” que el autor quiere salvar. No el segundo tiempo del partido, ni la trillada “segunda oportunidad”. Sino ese insight, ese instante de gracia, en que la duda queda hecha polvo. Con “el padre” en Goiânia es el chico de 15 años quien se encarga de Bruno y “la madre”. Recaen sobre él las compras del supermercado, los deberes del hermano, el pago de los servicios, la vigilancia de “la madre”. En síntesis: la manutención de una estructura para el hermano. Así, al evitar el abandono -y la repetición del modelo paterno- el hermano mayor trunca en Bruno la gestación de un trauma. De una situación que, sin duda, habría moldeado un carácter conflictivo. Si hay tragedia -parece decir este narrador- que por lo menos sea formadora.
Y es la derrota del Gremio lo que le lleva a vislumbrar el significado que una frustración (dada la expectativa de Bruno, una frustración infinita) puede tener en un ser humano de 11 años. El curso del fracaso que, buena parte de las veces, los adultos dejan correr sin noción aparente de las consecuencias. Lo que el narrador recuenta es el detalle de un avance, lo que se pregona en el epígrafe de Hanif Kureishi, en la página 7: “Quién sabe si cada día no debiese tener por lo menos una infidelidad esencial o una traición necesaria”.
Si el episodio es real o no, poco importa. No tanto por el anuncio minúsculo de la página que contiene los datos editoriales (“algunos de los eventos, personajes, referencias geográficas y secuencias cronológicas aquí descritos se fundamentan en la realidad, mas pertenecen al universo de la ficción. Esta obra no emite opinión sobre personas y hechos concretos”, p. 4) como por la sencillez con que nos vemos envueltos en los aprietos y ahogos de una familia de clase media, venida a menos, como muchas iles de las que nos rodean: "Escritores y escritoras sabemos de la confluencia de las aguas del lenguaje con las que se pretende confundirnos, y al escribir nunca nos confundimos. Buceamos en esas aguas, las exploramos en profundidad, buscamos los tesoros ocultos, alcanzamos con suerte la orilla del Secreto. Y no nos confundimos. ¿Cómo aprendimos a hacerlo? Leyendo ficción, pero a fondo, en los matices y entrelíneas, en las connotaciones, allí donde cierta verdad puede ser agazapada. En los silencios" (VALENZUELA: 2003, 57).
Notas:
(*) El libro no ha sido traducido al español.
(**) Las negritas son nuestras.
Referencias bibliográficas:
LAUB, Michel. O segundo tempo. São Paulo: Companhia das Letras, 2006.
VALENZUELA, Luisa. Escritura y secreto. Madrid: Cátedra Alfonso Reyes (Instituto Tecnológico de Monterrey) y Fondo de Cultura Económica de España, 2003.
Francismar Ramírez Barreto.
Periodista y Magister en Literatura Brasilera por la UnB.
Encuentro del viernes 14.09.2007.
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