quarta-feira, 11 de abril de 2007
El drama profundo de José María Arguedas
Desde la primera hasta la última letra, desde la única noche que su protagonista pasa en la gran ciudad (El Cuzco) hasta los días en el interior de la montaña (en el poblado de Abancay), la novela Los ríos profundos -de José María Arguedas- encara el tema de la intolerancia racial en Perú. El foco de la historia es una guerra secular que se viene arrastrando desde la época feudal (esto se confirma al descubrir que el pueblo de Abancay se construyó sobre una antigua hacienda).
El narrador-protagonista es un niño paria, un desarraigado. Se llama Ernesto y es hijo de blancos. Fue criado por indios pero volvió al mundo blanco el día que su padre (un errante abogado de provincias) decidió dejarlo en el internado católico de Abancay. Con sus observaciones, Ernesto le da relieve a hechos dolorosos como la hipocresía de los curas del colegio (y en general del catolicismo), la jerarquía de clases, la humillación que sufren los indios (peor cuando se trata de mujeres), la brutalidad de sus compañeros de escuela y la realidad aplastante de los blancos como “señores avaros”.
El espíritu de Ernesto se encuentra en un entrecruzamiento, en la coexistencia catastrófica de dos mundos hostiles y sanguíneos. Para contrarrestar la violencia, el joven se dedica a la belleza, al diálogo no apenas metafísico con la naturaleza. El vuelo de las aves, el sonido de una campana, los lagos de las altitudes peruanas, el canto de los árboles, cada río, todo se opone a la rabia contagiosa. La descripción ceremoniosa del escenario andino, la explosión sensorial y la transferencia de características humanas, hacen del paisaje otro personaje. Uno con el que incluso es posible comunicarse.
Como sugiere Mario Vargas Llosa en La utopía arcaica, da la impresión de que el orden humano es sustituido por el orden natural. Arguedas (1911-1969, en la foto) se dedica por igual a las descripciones de árboles y muros que a las injusticias del desencuentro. La precisión con que observa los tipos humanos (el pongo, el colono, el concertado, la mujer mestiza, la chichera, el hacendado) denota un cierto didactismo. Su intención parece ser contrarrestar el lugar común de la presencia indígena peruana, el estereotipo de la cultura quechua. Por momentos da incluso la impresión de que su trabajo narrativo fluctúa entre la etnografía y la ficción.
¿Es Los ríos profundos una novela indianista? ¿Una novela "de formación"? ¿O acaso "de deformación"? ¿Recuenta los residuos de la cultura precolombina? ¿O los de la concepción precolombina de la naturaleza? Seguramente es todo esto y también la realidad caduca y retrógrada (destinada al atraso), descrita a partir de la figura de un niño nómada que es tildado de “loco”, “tonto” y “vagabundo” (al final de forma casi benevolente, para señalar su sana y particular comunión con el pueblo indígena).
Francismar Ramírez Barreto.
Periodista y Magister en Literatura Brasilera por la UnB.
Encuentro del viernes 30.03.2007.
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2 comentários:
excelente texto. excelente espaço tb para o pensamento. amor dois poetas argentinos: roberto juarroz e antonio porchia. tomei conhecimento do blog através da liana aragão...
att, gustavo de castro
www.razaopoesia.zip.net
Olá Gustavo, muito obrigada pelo comentário. Juarroz é um grande poeta. Contenta-me que o blog do Grupo de Leitura da UnB seja de seu agrado.
Att,
Francismar.
www.salvapalabra.blogspot.com
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